La identidad que nos define


No siempre sabemos quiénes somos. A veces creemos que nuestra identidad está hecha de lo que hacemos, lo que logramos o lo que los demás esperan de nosotros. Pero la identidad real no es un título, ni un rol, ni una historia que repetimos para que cierre.
La identidad es ese centro silencioso que aparece cuando dejamos de actuar para agradar y empezamos a escucharnos de verdad. No es algo fijo: cambia, crece, se ajusta.
Lo que nos define no es lo que mostramos, sino lo que sostenemos cuando nadie nos mira.
Identidad aprendida vs. identidad propia
Qué pasa:
Crecemos con etiquetas, mandatos y expectativas que no elegimos. Muchas veces creemos que somos eso.
No elegimos:
Nuestro nombre, la religión, la nacionalidad, ni el club de futbol.
Sin embargo seguimos las reglas sinn saber quienes realmente somos
La salida:
Cuestionar suavemente: “¿esto realmente es mío o es heredado?”.
Lo que no resuena, se suelta. Lo que queda, te pertenece.
El miedo a decepcionar a los otros
Qué pasa:
Actuamos para no fallar, para no romper la imagen que otros tienen de nosotros.
Pero esa imagen no siempre coincide con quienes somos.
La salida:
Aparece libertad cuando entendemos que decepcionar a alguien a veces es elegirnos a nosotros mismos.
No es rebeldía: es honestidad.
El ruido externo que tapa la voz interna
Qué pasa:
Vivimos rodeados de opiniones, consejos, comparaciones, ideales ajenos. La voz propia queda ahogada.
La salida:
Elegir pequeños momentos de silencio, introspección o escritura.
La identidad se escucha en lo que pensamos cuando nadie nos interrumpe.
Confundir identidad con pasado
Qué pasa:
Muchos creen que son lo que fueron: errores, decisiones viejas, versiones que ya no existen.
La salida:
Traer la identidad al presente con preguntas nuevas: “¿qué necesito hoy?”, “¿qué ya no soy?”.
La identidad no es un museo: es movimiento.
La identidad como camino, no como resultado
Qué pasa:
Esperamos “definirnos” de una vez, como si hubiera una versión final de nosotros. Esa presión confunde y paraliza.
La salida:
Aceptar que no estamos terminados. Cuando la identidad se vive como proceso, aparece alivio: ya no tenes que encajar, solo avanzar.
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