El fracaso y como nos pega

El fracaso no es un final: es un espejo. Uno incómodo, sí, pero que muestra con claridad lo que todavía no funciona, lo que ya no sirve y lo que necesitamos cambiar. Es duro porque hiere el ego, no la esencia. Nos hace creer que somos menos, cuando en realidad solo revela que estamos aprendiendo.

Fracasar duele. Pero quedarse quieto, anestesiado o mintiéndonos que “estamos bien”, duele más y por más tiempo.
El fracaso bien mirado no destruye: ordena.
Te obliga a detenerte, revisar y volver a empezar con más verdad que antes.

El fracaso como identidad

Qué pasa:
Confundimos lo que hicimos mal con lo que somos.
Si fallamos, creemos que somos un fracaso.

La salida:
Separar acción de identidad. “Esto no salió” no quiere decir “yo no valgo”.

La identidad se construye, no se rompe por un intento.

El miedo a que otros nos vean caer

Qué pasa:
El fracaso no duele solo por lo que pasa, sino por quien creemos que nos mira.
La vergüenza pesa más que el error.

La salida:
Recordar que todos caen, solo que algunos lo ocultan mejor.

La vulnerabilidad no te quita respeto; te vuelve real.

El perfeccionismo que paraliza

Qué pasa:
No empezamos para no fallar. No intentamos para no sufrir. Creemos que movernos sin garantías es peligroso.

La salida:
Intentar igual, incluso sabiendo que puede salir mal.
El movimiento imperfecto vence al miedo perfecto.

El fracaso como brújula

Qué pasa:
Un error muestra por dónde no era. Un desvío marca un límite. Un golpe ajusta la dirección.

La salida:
Tomarlo como información, no como sentencia. Preguntar: “¿qué me está enseñando esto?”.
La brújula está ahí.

Cuando el fracaso es liberación

Qué pasa:
A veces fracasar es lo mejor que puede pasar, porque rompe algo que sosteníamos por obligación, miedo o costumbre.

La salida:
Ver el costado luminoso: ahora tenes permiso para elegir de nuevo.
Lo que se rompe, a veces, estaba vencido.